A partir de la pandemia, los temas urbanos pasaron a estar más latentes que nunca en la vida de muchas personas en América Latina. El COVID-19 generó un cambió de rumbo bastante turbulento en el mercado inmobiliario, tanto por la especulación que generó en muchos sitios el comercio de segundas casas como por el fenómeno de los “nómadas digitales” en lugares como Medellín, Buenos Aires o Ciudad de México.
¿Realmente entramos en una crisis de la vivienda? ¿O ya estábamos ahí desde hace tiempo, pero requeríamos un evento así de traumático para que la conversación pública sea inevitable?
Si bien México es uno de los países de la OCD con un porcentaje de población propietaria de su vivienda arriba del promedio, en los últimos 20 años la población propietaria a empezado a disminuir de manera marcada, mientras que aumenta el porcentaje de personas que acuden a otros mecanismos de vivienda como lo es el alquiler, la vivienda prestada por algún familiar o simplemente permaneciendo en casa de sus padres.
Hoy día, se ve con una nostalgia distante aquel México de los grandes proyectos de vivienda social liderados por figuras como Mario Pani. A partir de los 70, la política de vivienda en México comenzó a centrarse, principalmente, en otorgar créditos públicos para la adquisición de vivienda -a través de instituciones como Infonavit y Fovissste- o a la regulación de terrenos para otorgar títulos de propiedad -a través de instituciones como Fomerrey en Nuevo León.
El escenario fatídico que vemos hoy -disminución de población propietaria, 600 mil viviendas Infonavit abandonadas, falta de oferta de vivienda económica y de vivienda de arrendamiento- es el resultado de 50 años de una política que se presentaba como de vivienda pero que realmente fue una política inmobiliaria. Tomar apenas un fragmento de un andamiaje más complejo e integral como lo es una política de vivienda fue lo que nos trajo hasta el día de hoy.
Evidentemente, enfrentamos grandes retos para los cuales nos sobran las dudas y mantenemos una deuda de respuestas -por ejemplo, el problema del incremento acelerado de los precios de los materiales, cuestión compleja que nos invita incluso a replantearnos la forma en la que construimos. Pero ninguno de esos problemas podrán ser resueltos si seguimos sin tener claridad sobre un punto medular: ¿qué estamos entendiendo por “derecho a la vivienda”?
Desde hace más de 10 años he acompañado casos de violaciones al derecho a la vivienda en México en al menos 8 estados del país, además de haberme involucrado en discusiones sobre los temas de vivienda y ciudad en otras regiones de México. A partir de estas experiencias me di cuenta que cuando se debate sobre la vivienda suele parecer que hablamos idiomas distintos porque, precisamente, existen tres formas de entender el derecho a la vivienda que determinan la forma en la que buscaremos e implementaremos soluciones: la vivienda como el derecho a la propiedad cuando tiene forma de un inmueble, la vivienda como un derecho de seguridad social o la vivienda como un derecho humano.
En mi nuevo libro “País sin techo” (Editorial Grijalbo, 2023) abordo la necesidad de esclarecer de qué hablamos cuando hablamos del derecho a la vivienda, así como identificar los distintos rostros que tiene la crisis de vivienda en nuestro país, la cual va mucho más allá de las discusiones sobre Airbnb o la migración estadounidense a Ciudad de México.
En cada uno de los cinco capítulos explico una de las problemáticas de la vivienda en México, utilizando una ciudad del país para explicar cómo afecta realidades concretas. Para hablar de especulación inmobiliaria y lotes de inversión, recurro a Mérida; para hablar de megaproyectos, Campeche; para la situación de la vivienda de arrendamiento, Ciudad de México; para la discriminación en el acceso a la vivienda, San Luis Potosí; y para hablar del derecho a la ciudad y el acceso a servicios, Monterrey.
Además, en cada problemática y cada ciudad hablo también de casos reales para entender cómo estos debates no son solo teóricos sino que se traducen en dolores reales. Espero este libro pueda aportar desde una perspectiva interdisciplinaria estos debates urgentes en los que nos vemos inmersos arquitectos, urbanistas, sociólogos, abogados, politólogos y muchas otras disciplinas que intervienen en la necesidad ineludible de habitar un espacio.
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