La malvada de Dinastía lleva siete décadas ligadas al mundo del espectáculo. El día que recibió los consejos de Marilyn Monroe en un bar y el relato del hombre que la violó y luego se convirtió en su marido. Cómo se reinventó tras la serie que la catapultó a ser una estrella global
Joan Collins tiene 90 años, más de siete décadas en el mundo del espectáculo, varios éxitos, un personaje inolvidable como Alexis Carrington en la serie Dinastía, cinco maridos y una profusa lista de amantes famosos.
Joan Collins tiene 90 años y un libro de memorias nuevo en la calle. Después del éxito de Dinastía siguió los pasos de sus hermana Jackie y escribió 15 libros. Novelas, textos de autoayuda, de moda y varios de memorias. El primero de ellos fue un enorme suceso: Pasado Imperfecto. Repleto de nombres propios, confesiones, chismes y amoríos secretos escaló hasta lo más alto de las listas de los más vendidos. Con los años editó otros y hasta un diario. En cada uno de ellos las revelaciones sorprendieron. Cuando pocas semanas atrás se anunció en el mercado anglosajón la aparición de Behind The Shoulders Pads (Detrás de las hombreras, implemento casi obligatorio en su vestimenta) las expectativas no eran demasiadas ¿Qué podía contar de nuevo? Los primeros lectores respondieron rápido: mucho.
Maquillaje abundante, los ojos remarcados, los labios siempre de un rojo resplandeciente, muchos brillos, vestidos suntuosos y hombreras, siempre hombreras. Joan Collins, en público, siempre se mostró espléndida. Tiene clase, carisma, desparpajo, varios ex maridos y demasiadas historias para contar.
Nació en Londres en 1933. Fue la hija mayor de una profesora de baile y de un manager de artistas. El primer contrato cinematográfico lo firmó con un estudio inglés a los 17 años. La llamaron la enfant terrible del cine británico, la chica mala. Dice que se trató de un malentendido: “La gente creía que yo era mala, que era peligrosa. Nada que ver: era inocente, bastante ingenua. Lo que pasa es que tenía pelo negro, ojos verdes, me vestía con ropa apretada y todos daban por sentado que era ardiente y problemática”.
Un productor londinense le ofreció un contrato importante para una película. Al finalizar la reunión le ofreció acercarla a su casa. Ella se negó pero él insistió y agarrándola del brazo la llevó hacia su auto. Allí, mientras manejaba, el hombre se abrió la bragueta y a la fuerza llevó la mano de la joven actriz hacia su pene. Ella gritó y se resistió. Él sorprendido le preguntó: “¿Qué te pasa? ¿No querés el papel?”. Joan con un hilo de voz dijo: “No tanto”. El productor le preguntó entre enojado y sorprendido si era frígida.
Cuando era adolescente y todavía era virgen, el actor Maxwell Reed la emborrachó y la drogó para después violarla. Mientras estaba inconsciente, le arrancó el vestido y la ropa interior y la penetró. Joan, desoyó el consejo de su padre, y se terminó casando con Reed. Ella dice que hoy es difícil de entender, pero que parecía bastante lógico en esos años. El matrimonio duró siete meses que se convirtieron en un infierno para Collins: maltrato, golpes y abusos cotidianos. El acto final fue el intento del actor de vender a su joven esposa a un jeque árabe por 20.000 dólares.
Poco después llegó a Hollywood. En este libro cuenta uno de los primeros encuentros que tuvo. En la barra de un bar vio a una mujer rubia, tomando sola. Estaba apesadumbrada. Hasta que no giró y le habló, no la había reconocido. Era Marilyn Monroe que se quejaba porque le habían negado un papel en una película por considerarla vieja. Paradójicamente, el rol terminó siendo para Joan. Marilyn la aconsejó. Le dije que se cuidara de los hombres de la industria. Joan respondió, algo presumida, que ella no iba a tener problemas, que ya había liado con algunos de ellos en Londres: “Todas estamos acostumbradas a algunas palmaditas en la cola y a que nos miren el escote”. Y agregó que si alguien sacaba su miembro sin consentimiento delante de ella, le pegaría un rodillazo en los testículos. Marilyn, acaso la haya mirado con algo de lástima, y concluyó: “Acá es distinto. Los jefes de los estudios son poderosos. Si te negás, te pueden dejar fuera del ambiente para siempre”.
Joan recuerda su encuentro con Darryl Zanuck, magnate de la industria, que la acorraló contra una pared diciéndole que era el más grande y fuerte de la industria, y que podía durar toda la noche. Joan que nunca fue tímida, se quedó sin palabras por primera vez en su vida y logró fugarse de la escena para volver temblando al set.
Perdió varios papeles porque la condición para obtenerlos era que fuera “lo suficiente buena” con el director o los productores.
Los actores protagónicos también tenían lo suyo: “Las estrellas masculinas estaban convencidas de que tenían el derecho divino de acostarse con su coprotagonista”, escribe.
Cuenta que Richard Burton estaba desolado cuando Joan rechazó sus embates. Abatido le dijo que por culpa de ella iba a perder un récord, el de haberse acostado con todas las actrices con las que trabajó.
Algo similar le ocurrió con George Peppard, el que después sería el líder de Brigada A. Peppard la acompañó a su casa el primer día de rodaje y se tiró sobre ella. Collins lo rechazó. Le dijo que estaba casada y que tenía dos hijos. El actor le enrostró que era demasiado estructurada, que su cabeza era excesivamente cuadrada. En los días siguientes, en el set, en cada escena romántica él se propasó hasta que Joan tuvo que gritar que por favor le sacara la lengua de la garganta y las manos de su cuerpo. George Peppard fue el primer actor elegido para lo que después sería Dinastía –en ese momento se llamaba Petróleo el proyecto- pero por su carácter difícil fue excluido. “Hubiera sido un infierno trabajar con él 9 años”, concluyó Joan.
La actriz reflexiona sobre el caso Harvey Weinstein (cuenta que se babeaba mientras comía) y el MeToo. Afirma que los hombres en Hollywood se comportaron por décadas como chacales, eran depredadores que no tenían ningún límite. Estaba naturalizado el abuso.
Uno de sus primeros novios (después) célebres fue Warren Beatty. Ella quedó embarazada y ambos decidieron abortar. Shirley MacLaine, la hermana de Beatty (según muchos el vínculo fraterno es lo que la convirtió en la única mujer de Hollywood que no se acostó con Warren), le preguntó insistentemente cómo era Warren en la cama. Joan respondió: sobrevalorado.
Joan reconoce que al menos dos de sus bodas ocurrieron porque estaba desesperada por tener hijos.
A los 30 se volvió a casar. Fue con el actor y cantante Anthony Newley. Tuvieron dos hijos. Este nuevo intento tuvo un efecto secundario del que Joan se arrepintió durante años: abandonó su carrera durante un buen tiempo. Al retomarla, le costó mucho regresar a los primeros planos.
El tercer marido fue el productor discográfico Ron Kass; con él tuvo el tercer hijo. Tampoco duró demasiado.
El siguiente de sus maridos fue Peter Holm, un comediante del que Michael Caine dijo que parecía un humorista sueco, que provocaba tantas risas como una almohada.
Su último marido, el que aún sigue estando junto a ella, es Percy Gibson, un productor teatral peruano. Él es 32 años menor. Cuando se dio a conocer el romance nadie apostaba a la pareja. Están juntos desde el año 2000. “Los hombres son como los colectivos: si uno espera lo suficiente, finalmente pasa el que necesitás, el que te lleva a destino. Es cierto: tuve que besar a muchos sapos hasta encontrar a mi príncipe”, escribió en uno de sus libros de memorias.
Además de los 5 matrimonios tuvo varios novios célebres. En Hollywood se creó la fama de promiscua. Ella lo niega rotundamente aunque ha sabido jugar con eso contando indiscreciones en sus libros y vendiendo en remates cartas de amor y hasta la cabecera de su cama. “Es cierto que tuvo varios novios pero siempre sucesivamente, nunca anduve con más de uno a la vez. Lo que sucede es que fui una pionera en eso de no esconder sus parejas y de seguir el deseo. En esa época las mujeres no lo hacían”, dice.
En el balance de sus intentos conyugales y amorosos llega a una conclusión terminante: “Perdí la cuenta de con cuántos hombres estuve. Lo que sé es que todos mis ex maridos me sacaron dinero”.
Después de alejarse de la actuación para tener y criar a sus hijos (y para conformar a maridos que no la conformaban a ella) el regreso fue arduo. Parecía que ya no conseguiría acceder a buenos papeles ni a tapas de revistas. Protagonizó películas clase B, esperpentos de ciencia ficción y otros proyectos que se olvidaron rápido. A fines de los setenta encabezó dos películas (The Bitch y the Stud) soft core en las que se lo vio desnuda. Estaban basadas en libros de Jackie, su hermana menor. Esas actuaciones fueron las que llamaron la atención de los productores de dinastía. El papel de Alexis Carrington la convirtió, contra todo pronóstico, en una estrella global.
Junto a sus modelos, sus historias de amor y las peleas en el set, los celos entre actrices y la lucha de Joan para obtener una paga similar a la de sus colegas varones, Collins fue tema permanente de conversación todo el tiempo que la serie estuvo en el aire. Pero al finalizar, no volvió a conseguir otro gran papel en los más de 30 años que siguieron. La maldición del typecasting: “No me llamaba nadie. Si había un papel de mala, de seductora peligrosa, no lo hacían porque pensaban que era una obviedad; para cualquier otro rol pensaban que sólo podía hacer de malvada y codiciosa”. Un círculo vicioso del que no pudo salir.
También se quejó de la tendencia de los productores a no convocar a actrices mayores: “Los estudios solo quieren veinteañeras que no han hecho nada. ¿Qué voy a hacer?, ¿me doy cabezazos contra una pared si la mayoría de los productores ya no se acuerdan de mí?”.
Mucho no pareció importarle. Ya convertida en personaje, logra titulares en los grandes medios cada vez que se lo propone. Presentó varias obras teatrales, se convirtió en animadora de las fiestas del jet set, influencer de la moda cuando el término ni siquiera existía y además, siguiendo los pasos de su hermana, se convirtió en best seller.
“Cuando llegué a Hollywood yo era la persona más joven en los rodajes, la más joven en los afiches, la más joven en las fiestas; ahora soy la más vieja en todos lados. Hice el círculo entero”, dice sin esconder el orgullo ni la nostalgia por los que ya no están.
Según sus dichos, nunca se tocó la cara. Se vanagloria de haber llegado a los noventa sin cirugías estéticas, una rara avis en el mundo del espectáculo. Su madre fue la que desde muy joven le inculcó que debía cuidar el cutis, humectándolo y usando cremas con una persistencia religiosa. Otra de sus costumbres fue la de escapar, siempre que pudo, al sol. Explica que el principal factor que la empujó a esquivar los quirófanos no fue la decisión de envejecer con naturalidad, de asumir los años vividos, sino su temor a las agujas. Aunque, alguna vez, más de una década atrás, sucumbió al bótox. El resultado la convenció de no volver a intentarlo: “Soy actriz y necesito que todas las partes de mi cuerpo que se tengan que mover, se muevan. En especial de la cara”, dijo.
Vive, según la época del año, en alguna de sus tres casas. Para ser precisos: mansiones. En Beverly Hills, en la Costa Azul y en Londres. La decoración, los muebles y los mármoles, la hacen sentir todavía en el set de Dinastía: con su brillo y lujo podrían ser las casas de Alexis Carrington.
La prensa siempre se regodeó con los choques y problemas de relación con su hermana, Jackie Collins, una autora de best sellers románticos. Ella minimiza las peleas: “Cosas que siempre pasan en la relación entre dos hermanas”. Jackie no le contó de su enfermedad; sólo le fue contando sus avatares de salud y su gravedad a sus tres hijas, las sobrinas de Joan: “Gracias a Dios que no me dijo nada: no hubiera podido soportarlo, hubiera sido de muy poca ayuda”, contó en uno de sus libros. Jackie murió de cáncer en 2015. Su fortuna era de 180 millones de dólares, 10 veces más que Joan. Ahora la extraña, siente que el vacío de su ausencia es imposible de completar. Cree que Jackie rencarnó en una mosca y que revolotea alrededor suyo. Cada vez que ve una mosca, reinicia el diálogo con su hermana.
Hemingway solía decir que el secreto para escribir era intentar con una frase que sea verdad y tras esa poner otra que tenga la misma virtud. En su primer libro de memorias, acaso siguiendo ese precepto, Joan Collins escribió: “Puede ser que mi pasado no haya sido perfecto -¿el de quién lo es?- pero, seguro, no fue aburrido”.
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